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ISLA TABARCA arte TABARCA ISLAND

POESÍA - POETRY 
 
Isla Nueva Tabarca
 
Isla gentil; que siempre te deseo;
de una guitarra tienes la figura
donde se ata la larga encordadura
está la soledad de mi recreo.
 
Dibujada en mi espíritu te veo
igual que un instrumento de hermosura
orlado de la mar por su bravura
que te azota con rudo bamboleo.
 
Para vivir, qué hogar tan venturoso,
para soñar, qué sitio tan dichoso,
para escribir, qué mágico retiro
 
¿Quién fuera el ancho mar, guitarra mía
que retiene tu caja de armonía
como un inmenso estuche de zafiro!
Salvador Rueda.  22 julio de 1912 
 
 
 
En Tabarca
 
Tú eres la lucha incesante,
incesante al querer derribar
ante ti ese muro gigante
que te impide seguir más allá
 
Tú tropiezas contra las paredes
de la costa y te echan atrás,
pero insistes con más y más fuerza
reventando tu alma al chocar
 
Eres solo una ola indefensa,
con tu espuma se puede jugar,
pero sigues con ritmo y sin pausa
golpeando con fuerza y afán
 
Yo te he visto romper contra el muro,
yo te he visto luchar y luchar,
me extrañó verte hoy triste y cansada
pues yo sé que tu puedes pasar
 
Ya no sé si será tontería
o si en verdad me quisiste hablar
pero tu incesante lucha
me ayuda a continuar
    José Ignacio Mena - 1997 
 
 
 
OPINIÓN 
 
 
La isla 
 
 

                                MANUEL VICENT 
 
 

              La isla de Tabarca, deshabitada bajo el sol de enero, exhibía el perfil de su iglesia 
              y de sus murallas emergiendo del mar cuando ayer, víspera de san Antonio abad, 
              patrón de los animales, navegué hasta allí desde Santa Pola. No había leído los 
              periódicos ni había oído la radio esa mañana. Eso significa que llegué a esa isla 
              soleada sin adherencias, limpio por dentro y por fuera, con la simulada desnudez 
              de los antiguos viajeros cuya sabiduría sólo se alimentaba de alimentos naturales. 
              Debido a las lluvias de otoño que este año han sido generosas, Tabarca tenía 
              ahora una tonalidad verdosa instalada en el musgo de sus roquedas y en el leve 
              pasto brotado por la parte de Oriente, muy alejada de ese fulgor mineral que le da 
              el terror del verano, el sonido de las chicharras y el sudor de los turistas 
              vulnerando el aire. En invierno apenas quedan en la isla unas cinco familias de 
              pescadores. Al llegar al atracadero no había nadie. Sólo vi una pequeña barca de 
              pesca amarrada y en ella dormitaba un cerdo que parecía feliz. Los cerdos chillan 
              mucho cuando presienten la muerte, pero éste estaba muy confiado, recién lavado 
              y con un lazo rojo en cada oreja. En la soledad de la isla sólo se oían los gruñidos 
              de placer que daba a veces. Por el muelle se acercó un marinero. Puso en marcha 
              aquella barca blanca y azul y desde la cubierta me dijo que se llevaba al cerdo a 
              una procesión de animales que había en Santa Pola por la fiesta de san Antonio 
              para que el cura le echara la bendición. Me quedé contemplando cómo se 
              alejaban. El cerdo navegaba muy tranquilo asomando la cabeza por la popa y al 
              poco rato su silueta se convirtió en un punto sonrosado en medio del mar, aunque 
              lo último en desaparecer por el horizonte fue el color rojo de sus lazos en las 
              orejas. La isla de Tabarca ayer estaba pura y desnuda, bruñida por un viento 
              mistral muy fino. Mañana el cerdo regresará a ella bendecido. Comenzará a 
              engordar. Con el sucio verano volverán también los turistas y se lo comerán. Al 
              cerdo y a la isla. 

El País, domingo 18 de enero de 1998 
 
 
 
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